sábado, 22 de febrero de 2014

CONSIDERACIONES SOBRE LAS RELACIONES ENTRE LO SOCIAL, LO POLÍTICO Y LO JURÍDICO (II)


DE LO SOCIAL, LO POLÍTICO Y LO JURÍDICO (II)

 

Lo social, lo político y lo jurídico, a pesar de que se encuentran interconectados y se retroalimentan, poseen cada uno su propio universo y lenguaje. Eso puede causar fricciones o de desentendimientos, pues aquéllos no siempre se entienden y en ocasiones la vecindad  o la convivencia no siempre es pacífica. La solución contra esas rispideces es el diálogo entre quienes articulan las fuerzas sociales, políticas y jurídicas bajo el compromiso de que están edificando y elaborando qué es lo mejor para todos. Toda facción o ideología que crea puede construir una sociedad, un orden político o un sistema jurídico prescindiendo de otras opiniones o de otros hombres, carente de autocrítica por su soberbia y obnubilada por sus “claques” de obsecuentes y aduladores, está condenada de antemano al fracaso y a hundir a todos en su fracaso;  no debería recibir la consideración de las personas serias. 

Deberíamos comprender que si lo social, lo político y lo jurídico son las tres dimensiones de lo humano, se ensamblan a través de él como tres círculos concéntricos, de los cuales el Hombre es el mismo Centro pero a su vez es el punto que concentra todos los puntos de aquellos tres aspectos.  Podría criticarse que existen también otras dimensiones en la persona humana, como la espiritual (incluyendo dentro de él lo religioso) y la de los valores. Sin embargo, se construyen con aquellos tres primeros, sin perjuicio de que lo espiritual y los valores son fuerzas invisibles que coordinan y cohesionan las fases social, política y jurídica de la Humanidad, como agentes propiciadores de mancomunión y de encuentro. En esta perspectiva dinámico evolucionista, y recordando que lo social determina las estructuras políticas que a su vez elaboran las normas jurídicas, ninguno de estos ámbitos se coloca entre sí o uno respecto a los otros como infraestructural o supraestructural; dándoles vida actúan el espíritu y los valores siempre.

Importa a lo social producir normas propias que regulan los comportamientos internos y los móviles de los externos, pero también generar pautas que constituirán reglas jurídicas. A lo político le concierne disciplinar las conductas formalmente, aunque no le es ajeno velar por la vigencia de los principios y moralizar su propia actividad mediante buenas prácticas. El sistema político debe ser un referente moral para su sociedad y para elaborar normas justas y perfectas. Las normas morales y las jurídicas comparten por su parte, un importante bagaje. Las normas jurídicas y las morales intentan reflejar las ideas, inquietudes y valores de una sociedad, por eso se complementan disciplinando conjuntamente a lo político y lo social; las entendemos  no sojuzgando, sino promoviendo y dignificando. El Derecho se inspira en la Moral por así decirlo; no sólo recurre a la mera observancia formal y a la coercibilidad, porque se legitima también en el cumplimiento voluntario (no todas las normas jurídicas tienen sanción ni son coercibles). La Moral tiene vigencia práctica cuando más allá de la exigencia interna que requiere al individuo, puede estar auxiliada no sólo a través de la coacción aplicada inorgánicamente por la misma sociedad (la exclusión, el “vacío”, la censura), sino además por el Derecho (el adúltero o el que fragua un contrato insincero pueden ser objetos de consecuencias civiles y hasta penales, hurgando el sistema jurídico en las motivaciones o comportamientos internos).

Hemos insistido en que las normas tienen como propósito transformar positivamente la realidad. En este sentido el Derecho y el aplicador no tienen pretexto para la impotencia ni para la prescindencia, ni para rehuir la responsabilidad de hacer realidad al orden jurídico; no obstante, debemos tener en cuenta que el impacto que ello ocasionará en lo social o en lo político no siempre será bienvenido. Al Derecho le corresponde siempre el triste papel de escribir rectamente en las líneas torcidas de la sociedad y de la política. Prevenimos que una imposición del Derecho en un mundo que no está preparado o que es renuente para recibirlo puede en una perspectiva ajustarlo mal que bien en un carril de orden, pero también puede ocasionar ingentes males. Una interpretación y aplicación estricta del Derecho sin considerar la realidad en que se trabaja, si la norma es justa o injusta o las consecuencias que se pueda ocasionar,  amenazan el desarrollo, el bienestar, la cultura  y la seguridad de una sociedad y de un orden de gobierno. Debemos defender que la norma pueda tutelar un tránsito seguro y civilizado le guste o no a las proteidades del carácter humano, pero si su imposición ocasiona más perjuicio que beneficio o puede avizorarse como contraproducente (lo que no habrá que confundirse con el temor personal del aplicador a asumir las responsabilidades que le depara interpretar o aplicar el Derecho), si no existen alternativas constructivas puede subvertirse hasta los propios principios que la norma desea representar.

No obstante, la reacción contra esa problemática no puede ser desaplicar las normas, o menospreciar la idea del Derecho bajo el argumento de que incomprende las realidades sociales y de que encorseta a los designios políticos, o entenderlo como un instrumento de dominación que llegado el caso debería ser abolido. Cuando tenemos conflictos existenciales con el Derecho, cuando creemos que lo jurídico debe adaptarse servilmente a lo social y a lo político (por no decir a nuestro servicio o al servicio de un grupo o de una ideología), cuando creemos que éste es una molestia que tenemos que soportar o un mal al cual no tenemos más remedio que resignarnos, cuando creemos que los demás deben ser regidos por el Derecho y nosotros no si compromete nuestros intereses, aparte de demostrar nuestra soberbia y nuestro autoritarismo corremos el riesgo de negarnos y de negarles a los demás un mundo mejor y las garantías para disfrutar de las oportunidades que otorga el ejercicio en orden de las libertades. Y lo que es peor, corremos el riesgo de fraccionar o de polarizar a nuestra sociedad.

 

 



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