martes, 25 de marzo de 2014

CONSIDERACIONES SOBRE LAS RELACIONES ENTRE LO SOCIAL, LO POLÍTICO Y LO JURÍDICO (IV)


DE LO SOCIAL, LO POLÍTICO Y LO JURÍDICO (IV)

La vigencia de una norma depende de la probabilidad de encontrar obediencia en los habitantes y en las generaciones. Esa obediencia a su vez reposa sobre dos bases: el respaldo que le brinda la autoridad política, y el reconocimiento social espontáneo sobre su legitimidad y conveniencia. La norma debe imponer pero también convencer. No basta que la norma sea conservada o impuesta solamente por la autoridad, sino que necesita de la convicción o el consenso de las gentes. Si la autoridad política no presta atención o es impotente para respaldar la norma, o si ésta es rechazada o resistida por la conciencia social, la norma corre el riesgo de transformarse en letra muerta o de ser desobedecida. La norma que encuentra su legitimidad solamente en la fuerza o que se mantiene por la terquedad de sus gobernantes, se transforma en un fin en sí mismo y deja de ser un instrumento al servicio del individuo, por lo que es perniciosa e injusta. Insistir en esa clase de normas desmerecidas o ajenas a la conciencia social del momento, sólo provocará fragmentaciones y conflictos.

El pronunciamiento de las mayorías da legitimidad a las decisiones en las Democracias; podremos cuestionar si a veces se equivocan o no, si su voluntad es libre o si está conducida o engañada, pero en una Democracia es el método menos malo para garantizar la responsabilidad y legitimidad de una decisión y de una norma. En determinados casos no queda alternativa que las mayorías deban laudar, porque en el momento de decidir no siempre es posible la unanimidad. El espíritu democrático exige que una vez aprobada la decisión, todos, de acuerdo o no, cerremos filas en torno a ella, sin perjuicio de nuestro derecho a bregar para su oportuno cambio dentro de los mecanismos legítimos del Derecho y de la convivencia. La Democracia, no obstante lo expuesto, no es una tiranía de las mayorías, sino el gobierno del pueblo (y no de un sector del pueblo, aunque pretenda medirse por su número); en ella es más importante integrar que dominar. Si todos construyéramos a partir de lo que concordamos y no perdiéramos tiempo en pugnar por lo que nos divide, sería importante. 

La Democracia no es un mal necesario ni un pretexto para imponer a través de sus mecanismos una ideología excluyendo o reprimiendo a quienes no participen o comulguen con ella; la concebimos como el arte de construir a partir de aquello en lo que todos estamos de acuerdo y como una oportunidad para desarrollar un proyecto político en el que todos estemos de acuerdo, en Libertad y en Igualdad. Es una postulación absurda pretender que pueda llegarse a la Libertad y a la Igualdad a través de un autoritarismo de la clase que fuere, o prescindiendo de los que tengan una opinión diferente. La confrontación, el desprecio del otro por ser u opinar diferente, no construye ni Justicia, ni Democracia política, ni Paz social. Un proceso político que no es aceptado por una importante parte de la población, que se sustenta sobre una mecánica de amigos-partidarios y de enemigos-disidentes, se transforma en una dictadura que tarde o temprano sucumbirá bajo la propia espada y lógica perversa con que pretendió sojuzgar.

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