DE LO SOCIAL, LO POLÍTICO Y LO JURÍDICO (IV)
La vigencia de una norma depende de la probabilidad de
encontrar obediencia en los habitantes y en las generaciones. Esa obediencia a
su vez reposa sobre dos bases: el respaldo que le brinda la autoridad
política, y el reconocimiento social espontáneo sobre su legitimidad y
conveniencia. La norma debe imponer pero también convencer. No basta que la
norma sea conservada o impuesta solamente por la autoridad, sino que necesita
de la convicción o el consenso de las gentes. Si la autoridad política no
presta atención o es impotente para respaldar la norma, o si ésta es rechazada
o resistida por la conciencia social, la norma corre el riesgo de transformarse
en letra muerta o de ser desobedecida. La norma que encuentra su legitimidad
solamente en la fuerza o que se mantiene por la terquedad de sus gobernantes,
se transforma en un fin en sí mismo y deja de ser un instrumento al servicio
del individuo, por lo que es perniciosa e injusta. Insistir en esa clase de
normas desmerecidas o ajenas a la conciencia social del momento, sólo provocará
fragmentaciones y conflictos.
El pronunciamiento de las
mayorías da legitimidad a las decisiones en las Democracias; podremos
cuestionar si a veces se equivocan o no, si su voluntad es libre o si está
conducida o engañada, pero en una Democracia es el método menos malo para
garantizar la responsabilidad y legitimidad de una decisión y de una norma. En
determinados casos no queda alternativa que las mayorías deban laudar, porque en
el momento de decidir no siempre es posible la unanimidad. El espíritu democrático
exige que una vez aprobada la decisión, todos, de acuerdo o no, cerremos filas
en torno a ella, sin perjuicio de nuestro derecho a bregar para su oportuno
cambio dentro de los mecanismos legítimos del Derecho y de la convivencia. La
Democracia, no obstante lo expuesto, no es una tiranía de las mayorías, sino el
gobierno del pueblo (y no de un sector del pueblo, aunque pretenda medirse por su número); en ella es más importante integrar que dominar. Si todos
construyéramos a partir de lo que concordamos y no perdiéramos tiempo en pugnar por lo que nos divide, sería importante.
La Democracia no es un mal
necesario ni un pretexto para imponer a través de sus mecanismos una ideología excluyendo o reprimiendo a quienes no participen o comulguen con ella; la concebimos como el arte de construir a partir de aquello en lo que todos estamos de acuerdo y como una
oportunidad para desarrollar un proyecto político en el que todos estemos de acuerdo, en Libertad y en Igualdad. Es una postulación absurda pretender que pueda llegarse a la Libertad y a la Igualdad a través de un autoritarismo de la clase que fuere, o prescindiendo de
los que tengan una opinión diferente. La confrontación, el desprecio del otro por ser u opinar diferente, no construye ni Justicia, ni Democracia política, ni Paz social. Un proceso político que no es
aceptado por una importante parte de la población, que se sustenta sobre una mecánica de
amigos-partidarios y de enemigos-disidentes, se transforma en una dictadura que
tarde o temprano sucumbirá bajo la propia espada y lógica perversa con que
pretendió sojuzgar.